Por Juan Villacorta Paredes
La exquisita sensibilidad es un carácter estético que debe distinguir a toda obra de arte.
Han existido a través de todos los tiempos artistas geniales que se han diferenciado por su especial sensibilidad humana, ya sea en el mundo de las cosas o de las personas.
Juan Simeon Chardin es uno de los singulares personajes que, poseído de un profundo amor por las cosas, nos deja en sus bodegones la versión de su alma generosa. Sus objetos los pinta con cariño y reverencia demostrando humanísimo respeto u comprensión.
Los bodegones de Chardin constituyen la disculpa piadosa en el arte dentro de una época de extrema vanalidad, por eso conmueven, humanizan y dignifican.
Cuánta sencillez se descubre en el bodegón rococó "Pipa y caja de pinturas", pero al mismo tiempo qué imponentes parecen los objetos. Se percibe en el ámbito una gran paz espiritual por la sutileza de la composición lineal y figurativa.
El cuadro que cimentamos, bodegón rococó, resulta simple, pero solemne; escaso tal vez de cuerpos, pero suficiente para ser hermoso y comentado.
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